domingo, 22 de octubre de 2017

La guerra de las pantallas lleva al 18:9

JAVIER ARMESTO
REDACCIÓN / LA VOZ

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Vivimos en un mundo de pantallas. La de la televisión, la del ordenador, el portátil, la tablet, el navegador, los controles del frigorífico, el horno o la lavadora, el coche, la pulsera de actividad, el reloj inteligente y, por supuesto, el smartphone. Los fabricantes de teléfonos móviles se devanan las neuronas para intentar innovar y distinguirse de sus competidores. Llevan años flirteando con la posibilidad de paneles flexibles, que permitirían que los terminales se plegaran como si fueran figuritas de origami, o que pudieran llevarse como un brazalete en la muñeca como ya se ha visto en algunos renders o imágenes virtuales (los efectos especiales y el márketing digital son uno de los grandes negocios en un mundo que aspira a una simbiosis perfecta entre naturaleza y tecnología).


Este año hemos asistido a un cambio de formato en las pantallas de los móviles. Desde el lanzamiento del iPhone hace una década, el tamaño era lo único que importaba, se pasó de 3,5 pulgadas a casi el doble (los phablets, híbridos entre teléfono y tableta); y la relación de aspecto se estandarizó en el 16:9 o panorámico, usado en los televisores de alta definición y en ordenadores a partir del 2009. Aunque hubo otros intentos anteriores, LG rompió las reglas en el pasado Mobile World Congress con el nuevo G6, que estiraba este ratio hasta el 18:9, y Samsung y Apple han seguido sus pasos con los Galaxy S8 y Note 8 y el iPhone X, respectivamente.



La progresiva disminución de los marcos del terminal y el traslado del sensor de huellas a la parte trasera (junto a la aparición de nuevos métodos de desbloqueo biométricos que no precisan de un botón dedicado) han obrado el milagro. Pero, ¿es mejor una pantalla alargada? Mucha gente no se acaba de acostumbrar, aunque es cierto que se consigue terminales más estilizados y que son más fáciles de sujetar. Pero ya no se pueden manejar con una sola mano, acceder con el pulgar a la parte superior es tarea imposible (salvo que hagamos peligrosos equilibrios) y no hay muchos vídeos o aplicaciones adaptados a sus medidas.


Vídeos con bandas negras

YouTube utiliza reproductores con una proporción de 16:9 y si los vídeos no tienen esta proporción añade automáticamente barras negras para que se muestren correctamente, sin necesidad de recortarlos ni alargarlos, independientemente del tamaño del terminal. Las fotos también destacan mucho más en una pantalla 16:9 y se puede navegar por Internet sin hacer scrollcontinuamente.

Numerosos usuarios prefieren el 16:9 y marcas como Huawei han tomado buena nota: en el nuevo Mate 10 ofrece una versión con este formato y otra Pro con el 18:9. La china ZTE acaba de dar una vuelta de tuerca a esta guerra de displays al presentar un smartphone con doble pantalla. No es el primero (YotaPhone, Umi Zero 2, Meizu Pro7) pero el Axon M tiene la particularidad de que los dos paneles (de 5,2 pulgadas y Full HD) pueden unirse mediante una bisagra y formar una pantalla única de 6,75 pulgadas de diagonal.

La solución no está todavía muy pulida, porque entre ambos paneles queda un margen negro que estropea la visualización en el modo de pantalla extendida (además de que la imagen es muy cuadrada). El grosor del teléfono cuando está plegado aumenta a 1,2 centímetros, muy lejos de lo que se lleva hoy en día -la de la delgadez es otra de las grandes batallas de la industria-, y el consumo de batería se dispara. Pero ofrece posibilidades inéditas en un teléfono, como tener dos aplicaciones abiertas cada una en una pantalla y potenciar así la multitarea; o poner ambas en modo espejo para compartir su contenido con otra persona que esté sentada frente a nosotros.

¿Implantes en la retina?

No es probable que la propuesta de ZTE acabe triunfando. Hay precedentes como la pantalla curva del LG G Flex o la de esos televisores también curvos que aparecieron por las tiendas de electrónica hace unos años y que hoy están en franca retirada. Algunos expertos tampoco confían en pantallas LED, OLED o cualquier otra técnica de visualización basada en componentes físicos. Algún día podríamos llevar implantes en la retina que harían aparecer las imágenes como por arte de magia -al estilo de las Google Glass, pero sin gafas- en nuestro campo de visión. Así podría ser el futuro, pero ¿llegaremos a verlo?

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